miércoles, 5 de diciembre de 2007

Trilogía de una despedida (3)

Maldita Gran Manzana.

En una de las mejores escenas de Big Fish (Tim Burton, 2004), el protagonista, tras pasar una temporada en Espectro, el pueblo perfecto, se da cuenta de que, a pesar de esa perfección, ha llegado la hora de marcharse. Una niña, la misma que días antes lanzó a un cable los zapatos de éste, asiste al momento de su partida:

-Tengo que irme. Esta noche.
-¿Por qué?
-Este pueblo es más de lo que podría soñar cualquiera. Y, si al final acabara aquí me consideraría afortunado. Pero, la verdad es que aún no estoy preparado para acabar en ninguna parte.
-¡Pero nadie se ha ido jamás!
-...
-¿Cómo vas a poder irte sin tus zapatos?
-Sospecho que me va a doler... mucho. Bueno, lo siento, pero... En fin, adiós.
-¡No encontrarás ningún sitio mejor!
-Ni espero hacerlo.
-Prométeme que volverás.
-Te lo prometo. Algún día. Cuando sea mi momento.

Nueva York no es una ciudad perfecta. Pero es una ciudad donde cada par de zapatos condensa una historia. Ahora mismo, mis zapatos cuelgan de un cable frente a Hart Street, la calle del corazón, la calle de mi casa, a donde he ido a dormir cada noche desde marzo, para levantarme cada día y seguir luchando y no rendirme, como me dijo aquel señor anónimo de la gabardina, en febrero, y que hoy ni siquiera sospecha que me he acordado de él.

Mis zapatos sólo son el pequeño testimonio de mi historia en esta ciudad, pero hay muchas otras más. La historia de Gisela, que lleva ocho años sin ver a su familia en Argentina y que sólo le queda la opción de casarse si quiere dejar de ser ilegal; o la historia de David, un pintor que sueña con vivir en París, pero no se atreve a hacerlo porque tiene miedo a fracasar; o la historia de Stephanie, que acaba de abrir un bar y, además de estar endeudada, no puede librar ni un solo día.

Sé que mi historia solamente ha sido una entre tantas. Y sé que, de alguna manera, todas las miradas en el metro, las lágrimas, los temores, los abrazos y los atardeceres, pero sobre todo las palabras, ya son parte del espíritu de esta ciudad. Pero mi tiempo se ha acabado. Ya no volveré a escribir en esta página. Mi vida sigue, pero no aquí. Es hora de dejar atrás mis zapatos y la historia de todo lo que he vivido en esta gran manzana. En esta maldita gran manzana.


Pablo

martes, 4 de diciembre de 2007

Trilogía de una despedida (2)

Déjalo estar.

En los últimos años de su vida, John Lennon siempre renegaba de su etapa con los Beatles. Cuando Mark Chapman le hirió de muerte con cuatro disparos por la espalda, la policía acudió corriendo al lugar de los hechos. Uno de los agentes le preguntó a John Lennon, que perdía cada vez más sangre, quién era. Éste le respondió: "Soy John Lennon, de los Beatles". Poco después, en el hospital Roosevelt, certificaron su muerte.

Es curioso cómo ciertas historias vuelven a la cabeza con inusitada fuerza. John Lennon, que le salía un sarpullido cada vez que oía la palabra "beatles", viendo inminente su muerte, se despojó de todas esas capas de rencor para definirse como "John Lennon, de los Beatles".

Creo que sé el motivo de por qué llevo acordándome de John Lennon todos estos días. Hace años, en Finisterre, en el punto del acantilado donde miraba hacia el Atlántico intentando imaginar si algún día iría a Nueva York, sonó "Let it be" en mi cabeza. Horas antes, en el pueblo, había estado jugueteando con un pequeño carillón que tocaba esa melodía. Probablemente no sabía hasta qué punto estaba grabándose a fuego esa canción en mi subconsciente. Ni siquiera lo supe después, en ese acantilado.

Cinco años después de girar la manivela de aquel carillón, ya en Nueva York, pasé un momento complicado. Tommy, mi compañero de piso, músico de gran talento (ya lo veréis), andaba por casa. Le pedí que me cantase "Let it be". Necesitaba escuchar esa canción. Le pedí que la tocase en solitario en el salón, como hacía habitualmente al ensayar, mientras yo fingía no escucharle desde mi cama.

De entre todos los rincones de Nueva York, he elegido el famoso memorial de John Lennon para dar mi último paseo. No es un lugar secreto, y ni siquiera es mi rincón favorito, pero me apetece sentarme y tratar de imaginar cómo será Nueva York cuando yo ya no esté aquí.


OLI I7O

lunes, 3 de diciembre de 2007

Trilogía de una despedida (1)

Estos americanos...

Este es el subtítulo del blog donde estáis leyendo estas líneas. Confieso que desde que lo abrí pensaba que iba a despellejarles, apoyado por los prejuicios que traía sobre ellos antes de venir. "Estos americanos…", pensaba.

Estos americanos… Entre estos americanos está la chica del metro que me sonrió porque le dejé mi asiento a una anciana. También está, entre estos americanos, el hombre de la gabardina que conocí en mi primer paseo por Manhattan. Le conté que era mi primer día en la ciudad, y me dio la bienvenida sonriendo. Me deseó mucha suerte y me dijo que no me rindiera si las cosas se ponían difíciles.

Gracias a la generosidad de estos americanos, hoy llamo amigos a algunos de ellos, como a Mike, que entra casi todos los días para leer el blog con el traductor automático de Google y que el pobre se pierde gran parte del contexto de las entradas. No le importa, porque me conoce y sabe cómo cuento las cosas. Y porque esa amistad hace tiempo que superó los límites de la traducción electrónica.

También, por supuesto, entre estos americanos está el burócrata prepotente de aquel mostrador (al que ni siquiera considero humano), pero también están aquellos que, sentados en las escaleras de Union Square, aquel día levantaron sus pies para que el barrendero pudiera hacer más cómodo su trabajo mientras avanzaba con su escoba. Los mismos americanos, pero distintos, que, en un día lluvioso como hoy, han apartado el paraguas para no metérmelo en el ojo al cruzarme con ellos.

Tal vez sea algo exclusivo de Nueva York, o tal vez sea generalizado a todo el país. Puede que Nueva York, la capital del mundo, con tantos inmigrantes y tantas formas de pensar distintas, haya alcanzado un carácter medio que afecta a todos sus habitantes. El carácter medio del ser humano. Si eso fuera cierto, empezaré a creerme aquello de que el hombre es bueno por naturaleza. Como dice Shakespeare, ¿qué es la ciudad, sino sus habitantes?

Estos americanos han sido una parte fundamental de la energía que, todavía, mueve este blog. La otra habéis sido vosotros, los que habéis entrado de vez en cuando a leer estas historias. Para qué negarlo, saber que te leen es una satisfacción, y más cuando esta ciudad ha sacado tantas cosas buenas de mí. Vosotros sois mi blogofrenia, como ya dije en mi primera entrada. Así pues, a todos vosotros, y a estos americanos, gracias. De momento.


OLI I7O

domingo, 2 de diciembre de 2007

Magic New York

Tenía pendiente escribir una entrada especial para nuestro vecino JMGH. Por si no lo sabéis, este todoterreno multimedia y polifacético, pero sobre todo un tipo normal, también lleva otra página web dedicada a los juegos de cartas Magic.
(Vale, sí, realmente es "Magic The Gathering")

Tengo que reconocer que no sabía qué era eso del Magic, salvo por alguna referencia del pasado. Y sigo sin saberlo exactamente, pero el propio JMGH nos dejó enlazadas unas instrucciones para aprender las bases del juego, cosa que tengo pendiente.

La primera vez que vi a alguien jugar pensaba que estaba hablando en lenguas extrañas (eso de bajarse tierras es un concepto complejo para mí), pero algo tiene que tener para que haya legiones de seguidores en el mundo.
Hoy quería hablar de una tienda que acaba de abrir: Neutral Ground. Como ceremonia de apertura, han organizado una quedada magiquera con bastante éxito. La tienda está en el número 15 de la calle 37 oeste, acera norte (entre la Quinta y la Sexta Avenida): vamos, que poniéndote de puntillas, ves la aguja del Empire State (en la 34).
Esta tienda está muy bien surtida de género, y organizan muchos encuentros, no sólo de Magic. Si bien he pactado con ellos no publicar fotos con caras, os podéis imaginar el alboroto que había en el sótano de la tienda, donde se celebró el encuentro: un continuo trajín de jugadores entrando y saliendo, blandiendo sus armas rectangulares sobre los tapetes y sumando puntos. Había muy buen rollo. Calculo que habría unas sesenta personas (de las cuales, sólo tres chicas).
Sin embargo, un magiquero que conocí por aquí me habló de un lugar privilegiado donde comprar cartas difíciles de encontrar. Se trata de PJS Grocery, una diminuta tienda regida por un indio que posiblemente ignora que tiene cartas tan valiosas a tan buen precio. La tienda está en el 232 de la calle 14 este, acera sur (entre la Segunda y la Tercera Avenida).
Así que si alguna vez me escucháis decir que Nueva York es una ciudad mágica, no me miréis como si fuera un Kandinsky. No soy tan alegórico.


OLI I7O

sábado, 1 de diciembre de 2007

Metamorfosis (3)

Llevo casi un año aquí... parece mentira. En todo este tiempo, he podido ver las cuatro estaciones cambiando en Nueva York. Cada una de ellas ha tenido su encanto: mi primer paseo por Central Park, nevado, ver cómo empieza la primavera y la gente sale a hacer vida en la calle, comprobar que los neoyorquinos no necesitan piscinas en verano, porque tienen las fuentes de las plazas, o respirar el aire más puro que yo he respirado en una gran urbe, en otoño.

Aquí os dejo unas imágenes de la metamorfosis que ha experimentado la ciudad en tres puntos aleatorios durante las cuatro estaciones, desde invierno hasta otoño. De arriba a abajo: la fuente Bethesda de Central Park, mi calle (Hart street) y el portal de mi casa.



OLI I7O